¡Parece que no somos
de aquí!
Una expresión muy lógica y habitual que escuchamos entre nuestra gente
cuando en apenas 40 kilómetros vemos que unas poblaciones desconocen palabras
usadas habitualmente en otra población. Cojamos para el ejemplo las ciudades de
Cádiz, Jerez y La Isla, aunque podría hacerse extensivo al resto de
poblaciones, está claro que:
· Si preguntamos a un gaditano o un jerezano que es una «Pajereta»,
la mayoría no tienen ni idea de que estamos hablando.
· Si preguntamos a un cañailla o un gaditano que es un «Tabanco»,
la mayoría no tiene ni idea de que estamos hablando.
· Si preguntamos a un gaditano o un jerezano que es un «Hormiguilla»,
la mayoría no tiene ni idea de que estamos hablando.
· Si preguntamos a un jerezano o un cañailla que es un «Bache»,
la mayoría no tiene ni idea de que se trata.
· Si preguntamos a un jerezano o un gaditano que es un «Masconato»,
la mayoría no tiene ni idea de que estamos hablando.
· Si preguntamos a un gaditano o un jerezano que es un «Güichi»,
la mayoría no tiene ni idea de que se trata.
Son algunos ejemplos
de los miles que existen, pero de los aquí relacionados vamos a quedarnos con
tres, que básicamente significan lo mismo.
Un bache es en Cádiz
un sitio pequeño con mostrador y pocas mesas, con barriles de vino a granel
para venta en el local o para llevar, y por tapa para acompañar alguna tapa de
queso, aceitunas y poco más; se dice que lo de bache viene porque, como cuando
caías en uno de los de carretera, cuando caes en él es difícil salir y si lo consigues,
lo haces en peores condiciones que cuando entraste.
Un tabanco es en Jerez
un sitio pequeño con mostrador, habitualmente de madera y pocas mesas, con
varios toneles de vino, donde se vendía vino a granel y también se podía
degustar en el local. Su nombre tiene un par de teorías: una
y quizás la más veraz es que se formo su nombre en el siglo XVII,
fruto de la mezcla de la palabra «estanco», ya que esas ventas también las
controlaba el gobierno y «tabaco», producto que entro en España en aquella
época y parece que Cervantes lo referenció en alguno de sus poemas, y la otra
que se creó a principio del siglo XX, ya que es cuando empieza a aparecer en
los documentos, simplemente se cambió el nombre de taberna por tabanco. También
solían tener de vez en cuando actuaciones flamencas.
Un güichi en La Isla es
un sitio pequeño con mostrador, habitualmente de azulejos blancos y pocas
mesas, con varios barriles de vino, una nevera de hielo y algunas botellas de
licor, adosado casi siempre a una tienda de ultramarinos. Hay diversas teorías
sobre de donde sale ese nombre, pero realmente no hay nada documentado. Una de
ellas, la más pintoresca y la que los cañaillas más quieren creer, es la de que
se originó en una taberna de Gallineras, en la época de la Guerra de
Independencia, allá por 1.810, cuando luchábamos contra los franceses y
teníamos la ayuda, entre otros, de los ingleses.
Allí cerca se ubicó
uno de los reductos que utilizaron de acuartelamiento los ingleses, cerca de
donde después construiríamos nuestra casa. Cada día al final de la jornada de
batallas, los que descansaban se reunían en las tabernas a tomar unas copas.
Los isleños teníamos
el vino fino de Chiclana y los ingleses su famoso Whisky; durante el asedio
tuvimos escasez de casi todo, también de vino, así que los taberneros para
sacarle mayor rendimiento al Whisky empezaron a mezclarlo con agua y con el
gracejo propio de la zona empezaron a llamarlo «agüichi» (de aguado) y al final
a los locales también empezaron a llamarle de esa manera, «vamos al güichi», se
referían a tomar Whiskys a la taberna, de tal manera se extendió que al poco
tiempo ya se le llamaba güichi a lo que antes era la taberna. El Güichi de
Carlos lo describe de forma parecida en su libro «Güichis, Ultramarinos y otra
historias cotidianas de la Isla», pero cualquiera de ellas puede ser válida, ya
que es lo que sobrevuela por la imaginación y memoria de los Isleños.
Mi abuelo montó su güichi allá por
la primera mitad de los años 40, “BAR PAVÓN”, en el nº 31 de la Barriada del
Buen Pastor. Su casa fue una de las primeras que hubo por aquella zona y
aprovechando que los alrededores se iban poblando de trabajadores de la mar y
de las salinas decidió también montar su güichi, que también fue de los
primeros por aquella zona.
Ahora es menos
habitual, pero en una época pasada los hombres cuando volvían del trabajo
pasaban por el güichi a pasar un rato con los amigos, allí se
reunían los pescadores, albañiles, salineros y demás currantes y contaban
las anécdotas del día y por supuesto tomar unas chiquitas mientras jugaban a
cartas, dados o dómino; era otro de esos momentos especiales de aquella época y
de la forma de ser de entonces, aunque a veces la vuelta a casa después de
pasar por allí no era la más adecuada.
A principio de los
años 60 del siglo pasado y durante algunos años, cuando terminaba las tareas
del colegio o estaba de vacaciones me iba al güichi de mi abuelo, me gustaba
echarle una mano, le servía las mesas, le enjuagaba las botellas y los vasos,
le rellenaba los barriles con el vino que llegaba de Chiclana utilizando un
calcetín media para no enturbiar el vino del barril en el proceso de rellenado
y algunas cosas más.
Todo esto lo hacía por
novedad y porque me gustaba ayudarle. Cuando no había nada que hacer me sentaba
cerca de las mesas a ver a los clientes jugar a cartas o al dómino.
Les servía «chiquitas»,
vaso pequeño y estrecho con el culo muy gordo que se utilizaba mucho en aquella
época, de Reguera, un vino fino chiclanero de la bodega de Vélez, o de rebujao,
una mezcla de éste con vino dulce.
Recuerdo
algunas anécdotas de aquella fecha, el camión que traía las garrafas
de vino desde Chiclana era de color rojo y cajón de madera, con esos
guardabarros redondeados y enormes y lo que más me llamaba la atención era que
tenían que arrancarlo con una manivela. El acompañante del conductor se ponía
delante del camión y metía la manivela en un agujero que llegaba hasta el
motor, la giraba hasta que aquello arrancaba, a veces costaba un enorme trabajo
ponerlo en marcha. También me llamaba la atención ver como iba mi abuelo, en su
Lambretta, hasta la fábrica de la nieve que existía en la calle Tomás del Valle
y adquiría a diario una barra de hielo, que traía envuelto en una
tela de saco, para refrescar las bebidas en una nevera que tenía con
interior de Zinc. O también como contaba mi abuelo que, en su primera
ubicación, la de la primera foto, todos los días paraba allí «la
ronda», que era la pareja de la Guardia Civil que tenían que ir andando hasta
la playa, y en una ocasión, uno de ellos, al que le había sentado mal la bebida
que tomaban para calentarse, sacó su pistola y efectuó dos disparos,
permaneciendo unos de los disparos en la pared durante muchos años.
La experiencia de
hacer algo distinto a estudiar o a jugar con los amigos, de ayudar a mi abuelo,
en definitiva de hacer algo que parecía era de mayores me producía una enorme
satisfacción.
Por favor, si lo consideras adecuado, deja tu comentario o tu aportación para el enriquecimiento del articulo.
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