domingo, 30 de noviembre de 2014

Güichis de La Isla

¡Parece que no somos de aquí!

Una expresión muy lógica y habitual que escuchamos entre nuestra gente cuando en apenas 40 kilómetros vemos que unas poblaciones desconocen palabras usadas habitualmente en otra población. Cojamos para el ejemplo las ciudades de Cádiz, Jerez y La Isla, aunque podría hacerse extensivo al resto de poblaciones, está claro que:


·   Si preguntamos a un gaditano o un jerezano que es una «Pajereta», la mayoría no tienen ni idea de que estamos hablando.
·  Si preguntamos a un cañailla o un gaditano que es un «Tabanco», la mayoría no tiene ni idea de que estamos hablando.
·  Si preguntamos a un gaditano o un jerezano que es un «Hormiguilla», la mayoría no tiene ni idea de que estamos hablando.
·  Si preguntamos a un jerezano o un cañailla que es un «Bache», la mayoría no tiene ni idea de que se trata.
·  Si preguntamos a un jerezano o un gaditano que es un «Masconato», la mayoría no tiene ni idea de que estamos hablando.
·  Si preguntamos a un gaditano o un jerezano que es un «Güichi», la mayoría no tiene ni idea de que se trata.

Son algunos ejemplos de los miles que existen, pero de los aquí relacionados vamos a quedarnos con tres, que básicamente significan lo mismo.

Un bache es en Cádiz un sitio pequeño con mostrador y pocas mesas, con barriles de vino a granel para venta en el local o para llevar, y por tapa para acompañar alguna tapa de queso, aceitunas y poco más; se dice que lo de bache viene porque, como cuando caías en uno de los de carretera, cuando caes en él es difícil salir y si lo consigues, lo haces en peores condiciones que cuando entraste.

Un tabanco es en Jerez un sitio pequeño con mostrador, habitualmente de madera y pocas mesas, con varios toneles de vino, donde se vendía vino a granel y también se podía degustar en el local. Su nombre tiene un par de teorías: una y quizás la más veraz es que se formo su nombre en el siglo XVII, fruto de la mezcla de la palabra «estanco», ya que esas ventas también las controlaba el gobierno y «tabaco», producto que entro en España en aquella época y parece que Cervantes lo referenció en alguno de sus poemas, y la otra que se creó a principio del siglo XX, ya que es cuando empieza a aparecer en los documentos, simplemente se cambió el nombre de taberna por tabanco. También solían tener de vez en cuando actuaciones flamencas.

Un güichi en La Isla es un sitio pequeño con mostrador, habitualmente de azulejos blancos y pocas mesas, con varios barriles de vino, una nevera de hielo y algunas botellas de licor, adosado casi siempre a una tienda de ultramarinos. Hay diversas teorías sobre de donde sale ese nombre, pero realmente no hay nada documentado. Una de ellas, la más pintoresca y la que los cañaillas más quieren creer, es la de que se originó en una taberna de Gallineras, en la época de la Guerra de Independencia, allá por 1.810, cuando luchábamos contra los franceses y teníamos la ayuda, entre otros, de los ingleses. 
Allí cerca se ubicó uno de los reductos que utilizaron de acuartelamiento los ingleses, cerca de donde después construiríamos nuestra casa. Cada día al final de la jornada de batallas, los que descansaban se reunían en las tabernas a tomar unas copas.

Los isleños teníamos el vino fino de Chiclana y los ingleses su famoso Whisky; durante el asedio tuvimos escasez de casi todo, también de vino, así que los taberneros para sacarle mayor rendimiento al Whisky empezaron a mezclarlo con agua y con el gracejo propio de la zona empezaron a llamarlo «agüichi» (de aguado) y al final a los locales también empezaron a llamarle de esa manera, «vamos al güichi», se referían a tomar Whiskys a la taberna, de tal manera se extendió que al poco tiempo ya se le llamaba güichi a lo que antes era la taberna. El Güichi de Carlos lo describe de forma parecida en su libro «Güichis, Ultramarinos y otra historias cotidianas de la Isla», pero cualquiera de ellas puede ser válida, ya que es lo que sobrevuela por la imaginación y memoria de los Isleños.


Mi abuelo montó su güichi allá por la primera mitad de los años 40, “BAR PAVÓN”, en el nº 31 de la Barriada del Buen Pastor. Su casa fue una de las primeras que hubo por aquella zona y aprovechando que los alrededores se iban poblando de trabajadores de la mar y de las salinas decidió también montar su güichi, que también fue de los primeros por aquella zona.

Ahora es menos habitual, pero en una época pasada los hombres cuando volvían del trabajo pasaban por el güichi a pasar un rato con los amigos,  allí se reunían los pescadores, albañiles, salineros y demás currantes y contaban las anécdotas del día y por supuesto tomar unas chiquitas mientras jugaban a cartas, dados o dómino; era otro de esos momentos especiales de aquella época y de la forma de ser de entonces, aunque a veces la vuelta a casa después de pasar por allí no era la más adecuada.

Cosas imprescindibles en los güichis, además del vino, eran la tiza, los juegos de azar, (cartas, dados y dómino) y la pizarra donde se apuntaban los precios y las anotaciones de lo que debían cada cliente y que solían pagar el fin de semana, cuando se cobraba el jornal.




A principio de los años 60 del siglo pasado y durante algunos años, cuando terminaba las tareas del colegio o estaba de vacaciones me iba al güichi de mi abuelo, me gustaba echarle una mano, le servía las mesas, le enjuagaba las botellas y los vasos, le rellenaba los barriles con el vino que llegaba de Chiclana utilizando un calcetín media para no enturbiar el vino del barril en el proceso de rellenado y algunas cosas más.

Todo esto lo hacía por novedad y porque me gustaba ayudarle. Cuando no había nada que hacer me sentaba cerca de las mesas a ver a los clientes jugar a cartas o al dómino.

Les servía «chiquitas», vaso pequeño y estrecho con el culo muy gordo que se utilizaba mucho en aquella época, de Reguera, un vino fino chiclanero de la bodega de Vélez, o de rebujao, una mezcla de éste con vino dulce.

Recuerdo algunas anécdotas de aquella fecha, el camión que traía las garrafas de vino desde Chiclana era de color rojo y cajón de madera, con esos guardabarros redondeados y enormes y lo que más me llamaba la atención era que tenían que arrancarlo con una manivela. El acompañante del conductor se ponía delante del camión y metía la manivela en un agujero que llegaba hasta el motor, la giraba hasta que aquello arrancaba, a veces costaba un enorme trabajo ponerlo en marcha. También me llamaba la atención ver como iba mi abuelo, en su Lambretta, hasta la fábrica de la nieve que existía en la calle Tomás del Valle y adquiría a diario una barra de hielo, que traía envuelto en una tela de saco, para refrescar las bebidas en una nevera que tenía con interior de Zinc. O también como contaba mi abuelo que, en su primera ubicación, la de la primera foto, todos los días paraba allí «la ronda», que era la pareja de la Guardia Civil que tenían que ir andando hasta la playa, y en una ocasión, uno de ellos, al que le había sentado mal la bebida que tomaban para calentarse, sacó su pistola y efectuó dos disparos, permaneciendo unos de los disparos en la pared durante muchos años.

La experiencia de hacer algo distinto a estudiar o a jugar con los amigos, de ayudar a mi abuelo, en definitiva de hacer algo que parecía era de mayores me producía una enorme satisfacción.

Hoy día, son locales en extinción, aunque unas poblaciones están haciendo más que otras por reflotarlos. Concretamente y la que creo ha hecho mejor los deberes, es la de Jerez, tanto que tienen hasta una guía de Tabancos, en Cádiz, algún que otro emprendedor ha montado o remozado algunos Baches, y en la Isla, es donde menos se está haciendo, un par de locales recientes y la encomiable labor de tres personas, Carlos, Juan José y Antonio, primero a través de internet con su página www.elguichidecarlos.com y después con sus publicaciones escritas, han refrescado y dado a conocer entre los isleños curiosidades sobre ellos.

Por favor, si lo consideras adecuado, deja tu comentario o tu aportación para el enriquecimiento del articulo.


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