lunes, 1 de mayo de 2017

La madre que no conocí

Cuando lees este axioma, piensas un poco y resulta ser cierto, nada se te viene a la memoria. Entonces te surgen una serie de preguntas, ¿Cómo pudo ser? ¿Cómo fue su infancia? ¿Qué ocurrió hasta que llegó a la mía? Y te das cuenta qué solo puedes sumergirte en la historia para llegar a sus principios, investigar y recopilar datos, recuerdos familiares o a través de otras personas, investigación nada fácil, pero con final reconfortante, cuando descubres una parte de la vida de la persona que te dio el ser y que no conocías.

Entre los miles de personas de mi ciudad, hubo una que vino al mundo en un barrio histórico, en la calle San Juan de la Cruz, del barrio del Carmen. Nació un 13 de julio, en el seno de una familia humilde, de pescadores, en una época muy dura, el final de la dictadura de Primo de Rivera.

Tras unos principios felices, todos los niños los tienen cuando empiezan a descubrir la vida, sus padres y las nuevas sensaciones, pronto llegó la tristeza a su infancia. Entre la escasez y la miseria del momento, la vida la golpeó duramente, arrebatándole a su padre cuando aún no tenía ni 5 años. Eso hizo que prácticamente tuviese que mendigar a sus familiares,  su enviudada madre tenía que mantener a sus cinco hijos, cosa tremendamente difícil con la escasa cobertura que tenían los pescadores en aquella época, y todos en general. Agravándose aún más  por la Guerra civil que se produjo justo en esos momentos.

Con apenas ocho años, y aunque su madre disponía de cartillas de racionamiento, tuvo que trabajar de hormiguilla en la salina de sus tíos, y poco después, apenas con diez o doce, en la casa de una señoritinga de La Isla, fregando suelos con estropajos de esparto, teniendo que subirse a un banco para llegar al lebrillo y así poder lavar.

Así, con tanto sacrificio, fue creciendo y convirtiéndose en una encantadora muchacha, cantándole a la vida a pesar de todo, alta y guapa como pocas. Hasta que un día, 24 de diciembre, mientras celebraban la Nochebuena en la casa de su tío Manuel, en la calle del Carmen, conoció al hombre de su vida. La imagino con esa ilusión, haciendo que de su cabeza desaparecieran los malos momentos vividos y aparecieran las alegrías que deparaban su proyecto de futuro.

Cinco años después, se casaron, no sin problemas típicos de gente humilde.... el cura no los quería casar porque, aun sin estar emparentados, tenían el mismo apellido por parte materna.

Aún así contrajeron matrimonio, y alquilaron una humilde habitación en el mismo patio de Las Callejuelas donde vivía su madre, rápidamente  quedó embarazada. La imagino con sus trastornos, sus fatigas, deformando su estilizada silueta en pro de la vida y la esperanza, con la ilusión de ver que le depararía ese embarazo, ¿un niño? ¿Una niña?   La imagino pensando que a pesar de todo, su futuro iba tomando forma, luchadora, trabajadora, incansable.

Después de unos meses y un parto difícil, nací yo, y ahí se escribió el final de esta historia, porque justo en ese momento, cuando abrí mis ojos por primera vez, la vi, la toqué y la conocí, me enamoré para el resto de mi vida.

A partir de ese momento apareció la madre que conocí. Tan dentro de mi corazón llegó, que haciendo ya unos años que me dejó, no hay un solo día que se caiga de mi pensamiento.

Por siempre, mamá.

1 comentario:

  1. Un bello relato Alfonso, que nos muestra a tu madre desde el cariño. Un abrazo

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