lunes, 26 de julio de 2021

Y el otoño se oscureció

Recién iniciado el otoño recibí, sin esperarlo, un tremendo chaparrón que la negra tormenta que apareció de repente por el horizonte provocó. Sin esperarla y con la velocidad del rayo lo invadió todo. Difícilmente pude evitar el remojón, remojón que me caló hasta los huesos. Frio, temblor, estremecimiento, desánimo… Desde entonces no entro en calor. Son momentos complicados porque el impacto ha sido bestial, justo cuando pensaba disfrutar de un reconfortante otoño, de sus cambios, de sus paseos, de sus olores, de sus luces, de su colorido… justo cuando me había preparado para vivir este bello momento, zas, llega la negra tormenta y lo oscurece todo.

Informan los que saben de esto… que pasará, pero que esta en concreto llegó para quedarse una buena temporada, quizás, seguro, mucho más que cualquier otra. Así que solo queda aguantar tras la seguridad que te brindan los cristales de la ventana. Observar el negro cielo, y tras los espeluznantes rayos sobrecogerte con el estruendo de los truenos… y esperar, esperar cualquier grieta de color que se haga en él para salir a respirar puro, a respirar vida y hoy, después de mucho tiempo, ocurrió; la paz interior se unió a la paz exterior que provocaba el claro de nubes en el cielo y sin pensarlo salí a tomar bocanadas de vida.

Con el lienzo bajo el brazo tomé el camino ilusionado, buscaba un lugar ideal para poder realizar una bonita pintura, pero al final la obra no resultó, lo vivido superaba lo que se podía plasmar con los pinceles; el mayor desierto cálido del planeta enviaba unas calimas que plateaban el dorado reflejo del sol en su retirada nocturna, por el lado contrario aparecía la luna, llena a reventar, henchida y engalanada corría en su búsqueda, y todo ello bajo los sones del saxo con el que un músico callejero recordaba temas inolvidables, temas de hoy, temas de ayer, temas de siempre. Sensibilidad a la orilla del mar. A la orilla de mi mar, con su olor a sal, a algas, a marisma… al tiempo que mis pies sentían el fresco de la arena húmeda y mi paladar degustaba las exquisiteces culinarias del Titi Bartolo.

Sin duda alguna un claro en el cielo que he aprovechado para nutrir bien a mis sentidos, a la vista, al oído, al gusto, al olfato y sobre todo al tacto, al tacto con el contacto que te ofrecen esos amigos que decidieron acompañarte, esos amigos que siempre están ahí y con los que es más fácil la espera de otro claro en el cielo.

Es tiempo de volver, el cielo se vuelve a oscurecer y la tormenta amenaza de nuevo… habrá que volver a buscar el refugio que te proporcionan los cristales de tu ventana y esperar, esperar un nuevo claro que te permita seguir tomando bocanadas de vida.

 © Alfonso Pavón Benítez (2021)