Después de un estresante día de trabajo Guillermo llega a
casa, una agradable sensación invade su cuerpo al pararse un momento tras el
portón; un profundo suspiro le hace darse cuenta de que ha alcanzado su
espacio, su libertad, su mundo.
Tras unos minutos liberando su cuerpo de la
estreñida ropa que le obliga a vestir por contrato su empresa, el portátil y todo lo
que lo liga al exterior, se dirige al baño y se da una reconfortante ducha que
además de limpiar su cuerpo le sirve para hacer correr por el desagüe los problemas de su mente,
una rutina de reseteo que practica diariamente.
Se prepara algo de cena, un vaso de Oporto y se sienta a la
mesa mientras se pone al día de las novedades del mundo a través de las
noticias en televisión.
De pronto aparece una noticia que le llama potencialmente la
atención. En China, donde un mes antes había habido un brote de un nuevo virus
de gripe, habían cerrado la ciudad de Wuhan. ¡Una ciudad de once millones de
habitantes! Y además habían empezado a construir un enorme hospital que
pensaban terminar en diez días. ¡En diez días!
Piensa ¡Joo… con los chinos!... pero inmediatamente le surge
una duda: si es un virus de gripe como han decidido cerrar una ciudad de once
millones de habitantes y como es que han decidido construir un hospital
específico para este problema en una de las ciudades más importantes de China.
Esta noticia le dejó algo perplejo y meditativo, tanto que
no se centraba en la lectura que tenía entre manos en esos momentos, Tú no
matarás de Julia Navarro, así que cerró el libro y se fue a la cama.
El virus ha llegado a España, aunque empezó en Canarias, ya
está en Madrid y otras zonas. Se duplican los infectados por días, empiezan a
morir gente, se le pide a la población que se quede en casa, que eviten las
aglomeraciones, avisan de los efectos para poder distinguirlo, fiebre alta, tos
reiterativa, insuficiencia respiratoria, dolor muscular, declaran el estado de
alarma… Guillermo siente los síntomas. Va rápidamente al hospital. Está muy
asustado. Lo chequean y después de comprobar la gravedad lo ingresan en la UCI.
Lo entuban y lo colocan boca abajo y solo escucha el controlador de
pulsaciones… Beep beep beep beep beep beep…
Ringgg Ringgg Ringgg. Guillermo da un sobresalto, desconecta
el despertador y se sienta en la cama, está empapado de sudor y el corazón se
le va a salir por la boca. -Joder… que pesadilla he tenido… ¡Uf!- Comenta
para sí mismo. Se levanta y tiene que ir directo a la ducha para sacudirse el
sudor y relajar su corazón que latía a mil por hora. Después de desayunar se
pone el chándal y decide ir al parque a correr un rato, necesita despejar su
mente tras la pesadilla. Al girar en la esquina en dirección al parque se le
acerca un agente de policía. -¿Dónde va usted? ¿No se ha enterado que estamos en
cuarentena? ¡Vuelva a su casa!
© Alfonso Pavón Benítez (2020)
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