domingo, 22 de agosto de 2021

Gotas de vida.

 




Así de trasparente,

como dos gotas de agua.

Tan vulnerable y sensible,

como dos gotas de agua.

Con delicada armonía,

como dos gotas de agua.

En inestable equilibrio,

como dos gotas de agua.

Pero así de bella,

como dos gotas de amor.

 

© Alfonso Pavón Benítez (2021)

martes, 10 de agosto de 2021

Redes sociales de antaño

 


Solo era necesario algo de telepatía para quedar en el mismo sitio y a la misma hora; lugar... «el lapero», hora... seis de la tarde, justo después de la merienda. No había césped pero si olor a marisma.

Mientras van llegando…  reparo el balón de cuero que me trajeron los reyes este año y que se pinchó el día anterior. La tarde pintaba fresca, como cualquiera de un otoño cualquiera que durante el día había humedecido la tierra. Una vez pegado el parche en la cámara solo quedaba coser la costura del cuero por la que se había extraído la goma; en el recuerdo queda que meses atrás el balón era un amasijo de telas liadas, anudadas y cosidas entre sí. Ahora resultaba mucho mejor jugar a la pelota, era otro nivel, ahora parecía un equipo, aunque cuando el balón se mojaba pesaba mucho más al golpearlo, sobre todo cuando le dabas con la cabeza. Era el precio que había que pagar por los avances del futuro.

El Coloso C.F. le pusimos; un pantalón de deportes azul marino, una camiseta blanca de manga larga a la que mi madre le cosió una cinta azul celeste de manera transversal. La ilusión era enorme. Diseñé el escudo, triangular como el del San Fernando pero con una terminación superior en forma de alas de murciélago, quizás porque después de los partidos nos dedicábamos a tratar de cazarlos en vuelo lanzándoles las boinas negras de nuestros abuelos, y por supuesto el balón con el que jugábamos coronaba el escudo.

Ya estaba todo preparado, han llegado casi todos: Antonio el gitano… el del cagalitri, el Nico, Manolo y José de la paragüera, Salvador el media luna, Rafael el de la falucha, Miguel el cacha, el Chan, Pedro y Juani del boba, Manolo el de Carmen la negra, Paco el del pintor, el farroba, Paco el de la panadera, Pepe el de Juanele y mi primo.

Es hora de escoger al personal, se sorteaba quienes elegían y uno tras otro iban seleccionando a quienes querían tener en su equipo. Se pone el balón en juego y comienza el partido, aparecen los masconatos… la situación era propicia, no había líneas que delimitaran el terreno, unas piedras hacían de palos en las porterías pero hoy no hemos tenido suerte; recién acabamos de empezar cuando veo a mi madre a lo lejos gritando mi nombre y diciéndome que no juegue más o se lo dirá a mi padre, que sudo mucho, y por el lado opuesto vemos a Fernando, el capataz de la salina donde se ubicaba el lapero, que debe de andar de mala leche, acercándose con su Guzzi para desbaratar el partido. Tocaba correr y saltar la pajereta. Mañana será otro día y quién sabe, igual algún día uno de nosotros gana más de cinco mil pesetas al mes dándole patadas al balón… balón que al menos esta vez no se pinchó.

 © Alfonso Pavón Benítez (2021)

domingo, 8 de agosto de 2021

Sentidos.

 




El gris plomizo del cielo entristece el atardecer. Lleva días llorando sin parar y el olor a tierra mojada invade los sentidos. El cisco y el picón abandonan su negrura habitual para tornarse rojo pasión y ceder protagonismo a la alhucema que perfuma la habitación.

Otro olor inunda mis sentidos. Proviene del anafe de carbón donde a golpes secos de espumadera sobre el fondo de una sartén mi madre sofríe tomates.

Observo sus sienes brillantes, embadurnadas de Vick Vaporub. Comenta que eso le alivia la jaqueca. Las padece desde hace mucho tiempo, demasiado ya. Es muy friolera, encima de un jersey beis de cuello vuelto lleva una bata blanca, aunque una gran cantidad de diminutas flores desparramadas sobre ella hacen que prevalezca el azul esperanza.

Cojo el soplador y avivo el fuego mientras se termina de aderezar. Ella me mira sin mirar. El humo aromatizado se expande inundándolo todo. La sonrisa sinigual de mi madre atrae mi atención; ella sabe de mi predilección. Coge un pico de la telera de pan y lo ahoga en la sartén sin compasión.

-¡Toma! ¡Ten cuidado no te vayas a quemar!-

La expresión de mi cara rezuma alegría. ¡Qué borrachera de sabor!

Un punto de acidez en mi paladar sirve para que no me empalague tanto dulzor, tanto amor.


Sonó el maldito despertador, hoy lo es más que nunca.

© Alfonso Pavón Benítez (2020)


Amanece un nuevo día.

 




Amanece un nuevo día, si cabe más especial que el anterior, y hoy he decidido ponerme guapo. Me siento al borde de la cama, frente al armario, y armado de paciencia ya que las prisas nunca fueron buenas consejeras, miro que ponerme.

Recorro con la memoria de lado a lado y hay tanto donde elegir, y tanto que tirar... más que tirar, son prendas que nunca tenía que haber comprado. Algunas ni las estrené… Es más... me hago de una bolsa resistente y la colocó entre el armario y yo con la intención de desprenderme definitivamente de algunas de ellas.

Observo una que me puse muchas veces, demasiadas quizás, un pantalón hecho con mucha testosterona y una camiseta psico que siempre me aconsejaba cambiar al otro. ¡A la bolsa! A su lado veo unos chinos, realmente nunca me gustaron, hechos de soberbia, y una camisa realizada con tela de impaciencia occidental, de esas que no te permiten contar hasta diez antes de responder y que tantos problemas innecesarios generó. ¡A la bolsa! Más a la derecha veo un traje azul, de esos que cuando te lo enfundas te convierten en un... prepotente, sí, de esos que solo te sirven para menospreciar todo lo externo a ti. ¡A la bolsa!

A veces ves muy claro cuáles tirar, otras no tanto, tendré que seguir haciendo limpieza.

Hoy me pondré ese conjunto que está más a la izquierda, es el más viejo, el que aún estando algo descolorido mantiene las raíces intactas, de siempre fue el que mejor me sentó. Un pantalón hecho de amor remendado con mucha ternura, con mucha comprensión. Una camiseta hecha de una tela especial, de paciencia le llaman, mezclillada con mucha empatía. ¡Es mágica! Cuando te la pones ves todo de color real: ves las razones por las que el otro tiñe sus vestimentas, sus gustos, su particular visión de las cosas pero sobre todo... te deja ver y valorar a aquellos que decidieron hacer parte del camino contigo.

A pesar del calor, el camino es pedregoso y amenazante, cogeré este paraguas, viejo también, hecho de resiliencia y con un mango realizado con una madera noble, de esas que le llaman perseverancia, no sé si la conocen.

Creo que mejor no puedo vestirme para realizar el largo camino que aún tengo por delante. ¡Queda tanto por hacer!

© Alfonso Pavón Benítez (2019)

jueves, 5 de agosto de 2021

A mi amado


Llegaste a mí casi sin querer.

Con dos carantoñas me embrujaste.

Solo con rozarme conseguiste enamorarme.

Hasta tal punto… que mi vida sin ti no podía ser.

 

La ansiedad me podía.

Cada noche deseaba el despertar para junto a ti volver a estar.

Compañeros inseparables de aventuras… que

vivimos juntos mil y una  primaveras.

 

¡Cuánta complicidad!

¡Cuánta belleza!… ¡Cuánta ilusión!

Jamás discutimos, todo era una balsa de amor.

¡Cuánta armonía!

 

Éramos una fuente inagotable de placer.

Semejante al éxtasis que siente la arena de la playa

cuando… es acariciada

por ese dulce vaivén de las olas cada atardecer.

 

Pero llegó el invierno.

El calor… marchó por las rendijas de la complicidad.

La ilusión… por las grietas del querer.

Cada noche temía el despertar.

Me costaba seguir tú ritmo, y a ti… a ti parecía no importar.

 

Poco a poco la cruda realidad me inundó.

La armonía dejó paso a la discrepancia.

La madurez a la vejez.

Mi curtido rostro era fiel reflejo de tu abandono.

 

Recuerdo aquellos momentos en los que cada día

quedábamos extasiados,… sudorosos de tanto volar. Y hoy…

hoy solo me dejas alimentar a las palomas cada amanecer.

Y hasta eso se que en breve me arrancarás.

 

Pero es tan grande mi amor, que hasta el último suspiro… te desearé.

 

A mí amado TIEMPO.

 

© Alfonso Pavón Benítez (2019)

Gotas

 


Cuando las gotas del dolor
aún empañan sus pupilas,
cuando las ganas de vivir
aún no reencontró,
y el desgarro producido por el abandono
aún hace sangrar su corazón,
el cristal de su ventana
se llena de gotas de ilusión.

-Me ha llegado una rosa-
Comenta mientras con las yemas
de los dedos roza la nota; quería sentir en
ella al emisario mientras la escribió.

Deja de regar tus ojos  -dice la nota-,
que no merecen tanto temporal.
Ven, paseemos bajo la lluvia.
Tu dolor desaparecerá
navegando por las alcantarillas
para morir ahogado en la mar.

Una simple flor, unas sutiles palabras
y unas gotas de ilusión.
Sentía como si algo hubiese sucedido.
No era una adolescente, pero se sintió como tal,
y tras ponerse el abrigo de la libertad se decidió a bajar
y empaparse de esa lluvia de esperanza
que a su tormenta ayudaría a olvidar.

  © Alfonso Pavón Benítez (2020)