Llegaste a mí casi sin querer.
Con dos carantoñas me embrujaste.
Solo con rozarme conseguiste enamorarme.
Hasta tal punto… que mi vida sin ti no
podía ser.
La ansiedad me podía.
Cada noche deseaba el despertar para junto
a ti volver a estar.
Compañeros inseparables de aventuras…
que
vivimos juntos mil y una primaveras.
¡Cuánta complicidad!
¡Cuánta belleza!… ¡Cuánta ilusión!
Jamás discutimos, todo era una balsa
de amor.
¡Cuánta armonía!
Éramos una fuente inagotable de placer.
Semejante al éxtasis que siente la
arena de la playa
cuando… es acariciada
por ese dulce vaivén de las olas cada
atardecer.
Pero llegó el invierno.
El calor… marchó por las rendijas de la
complicidad.
La ilusión… por las grietas del
querer.
Cada noche temía el despertar.
Me costaba seguir tú ritmo, y a ti… a
ti parecía no importar.
Poco a poco la cruda realidad me inundó.
La armonía dejó paso a la
discrepancia.
La madurez a la vejez.
Mi curtido rostro era fiel reflejo de tu
abandono.
Recuerdo aquellos momentos en los que
cada día
quedábamos extasiados,… sudorosos de tanto
volar. Y hoy…
hoy solo me dejas alimentar a las
palomas cada amanecer.
Y hasta eso se que en breve me arrancarás.
Pero es tan grande mi amor, que hasta
el último suspiro… te desearé.
A mí amado TIEMPO.
© Alfonso Pavón Benítez (2019)