El gris plomizo del cielo entristece el atardecer. Lleva días llorando sin parar y el olor a tierra mojada invade los sentidos. El cisco y el picón abandonan su negrura habitual para tornarse rojo pasión y ceder protagonismo a la alhucema que perfuma la habitación.
Otro olor inunda mis sentidos. Proviene del anafe de carbón donde a golpes secos de espumadera sobre el fondo de una sartén mi madre sofríe tomates.
Observo sus sienes brillantes, embadurnadas de Vick Vaporub. Comenta que eso le alivia la jaqueca. Las padece desde hace mucho tiempo, demasiado ya. Es muy friolera, encima de un jersey beis de cuello vuelto lleva una bata blanca, aunque una gran cantidad de diminutas flores desparramadas sobre ella hacen que prevalezca el azul esperanza.
Cojo el soplador y avivo el fuego mientras se termina de aderezar. Ella me mira sin mirar. El humo aromatizado se expande inundándolo todo. La sonrisa sinigual de mi madre atrae mi atención; ella sabe de mi predilección. Coge un pico de la telera de pan y lo ahoga en la sartén sin compasión.
-¡Toma! ¡Ten cuidado no te vayas a quemar!-
La expresión de mi cara rezuma alegría. ¡Qué borrachera de sabor!
Un punto de acidez en mi paladar sirve para que no me empalague tanto dulzor, tanto amor.
Sonó el maldito despertador, hoy lo es más que nunca.
© Alfonso Pavón Benítez (2020)
Me has transportado muchos años atrás y por un momento he visto a mamá mojando ese pico de pan. Tienes un don escribiendo
ResponderEliminarGracias... intento aprender día a día.
EliminarEmotivo relato
ResponderEliminarGracias, Manolo. Un abrazo.
EliminarMuy bonito y cuántas lunas pasaron desde entonces
ResponderEliminarGracias. Algunas pasaron.
Eliminar